El primer escalofrío le sorprendió tumbado en su cama. El cómitre, un corpulento negro de dos metros de altura con la cabeza rapada, nunca había estado enfermo así que relacionó los vómitos y el profuso sudor con comida en mal estado. Conforme pasaron los días su pérdida de peso se hizo notoria. Los brazos, antes hercúleos se habían convertido en hilos minúsculos que tan apenas podían sostener la cuchara al comer. Su pecho, antaño marmóreo y marcado, se arrugó como el resto de su cuerpo a las pocas semanas. La tos, seca y frecuente, tan apenas permitía que se le entendiera una palabra y, cuando intentaba forzar la voz, la disnea le abatía en pocos minutos, teniendo entonces que respirar fuerte y pausadamente unas cuantas veces para recuperar el aliento.


No hay comentarios:
Publicar un comentario