
Tragarte ocho horas de música en directo y no terminar gritando estupideces, ni vomitando, ni dándote de ostias con alguien que se te ha cruzado y te ha rebozado en cerveza tibia. Tararear John Boy todo el fin de semana con tu complicidad; despertarme a tu lado y susurrarte: todos los raros fuimos al concierto.... Y tu sonríes.
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