jueves, 16 de octubre de 2008

El viaje de Libtz.


Libtz no daba crédito a sus ojos. La ecuación que había terminado por remarcar al pie del folio desafiaba todas las leyes físicas que hasta el momento habían regido el mundo y sobre las cuales se cimentaban las leyes más elementales de la ciencia. Dejó los papeles a un lado y se acomodó en el sillón de trabajo. Con el humo de un cigarrillo recién encendido, hizo varios círculos que se agrandaban y desvanecían conforme ascendían hacía el techo del pequeño despacho atiborrado de libros y apuntes, a simple vista desordenados.
- Es increíble. Todo está equivocado. Debo haber cometido un error infantil. Los cálculos no pueden ser correctos, no pueden serlo.
Libtz se repetía esas palabras con la vista perdida en una última corona de humo que terminó difuminándose en la habitación. Cogió el teléfono y marcó el número de uno de sus colegas de facultad. Era otro profesor de gran reputación, encorvado y siempre encorbatado que, como él, impartía clases en la facultad de astrofísica de Denver desde los años setenta.
- ¿ Si?.- Terminó por oírse en el aparato tras algunos tonos.
- ¡ Lo tengo!, por fin lo tengo.
- ¿ Qué tienes Libtz?.- Preguntó sin comprender algo aturdida la voz desde el otro lado del auricular.
- ¡ Es plana !, ... oyes, ¡ es plana!.- A partir de ese momento Libtz soltó una reata de ecuaciones y teoremas tan apelotonados y desordenados que la voz no tuvo por más que hacerle callar y, tras un momento de silencio dijo:
- Tranquilo Libtz. Hazme el favor de tranquilizarte o cuelgo. ¿ Qué es plano?...¿ De qué demonios me estas hablando ?.- Preguntó con un tono de voz totalmente desinteresado, como si le hubieran arrancado de alguna tarea mucho más importante y tuviera la sensación de estar perdiendo el tiempo.
- ¡ La tierra !, ¡ la tierra es plana!.- farfulló Libtz.
Apenas unos segundos después de terminar la frase, Libtz se enfrentó al monótono sonido de un teléfono colgado. Se quedo allí, consternado, sin saber qué hacer. Por fin colgó.
La botella aún estaba medio llena, así que se sentó, - ya algo más tranquilo tras lavarse la cara - a repasar su tesis. Pasó dos días absorto en aquellos garabateados papeles, sin apenas comer, fumando, bebiendo sorbos de ginebra y ordenando sus ideas.
- Es plana. - Terminó por decir. Aunque digan lo contrario, la matemática demuestra que la tierra es plana.
Libtz no terminaba de hacerse a la idea. Estaba claro, todos los cálculos eran correctos, todo estaba bien, pero algo en su inconsciente le decía que aquello no podía ser.
¿ Cuantas veces había visto la tierra en los documentales ?. Él mismo la había dibujado centenares de veces en las viejas y alargadas pizarras de la facultad y era redonda – redonda y achatada por los polos-..
Pasó la tarde tumbado en el sofá del comedor de su casa. No sabía lo que hacer. Seguramente en estos momentos su colega estaría mofándose en cualquier pasillo de la universidad, contando a un grupo de alumnos que Libtz aún vivía en el siglo dos o algo por el estilo. Su representación, - musitaba - estaría atiborrada de risas fáciles y detalles inventados y ellos, claro, reirían con estruendo, y no tardarían en extender por las aulas su frase: ¡ La tierra es plana!, ¡ la tierra es plana!, y aunque eso no le importara, ya que de todos era sabido que su aspecto y comentarios siempre llamaban la atención de los alumnos de primero, temía que Clarise terminara por enterarse y se sintiera sola como aquella vez que fueron al parque y él se olvido de ella porque estaba ebrio y tuvo que volverse a casa en un taxi cuando era ya tardísimo y no lo llamó en dos meses. Clarise le esperaba en el pasillo con su melena pelirroja y sus ojos grandes y marrones, con los libros recogidos sobre el pecho y apoyada en la pared; mientras, Libtz, intentaba explicar a unos muchachos, según él: - Este año flojos, muy flojos.- a que terminara la clase e iban a algún bar, cualquier bar, a tomar ginebra,
- extra seca y con hielo. Please - , y unas veces sí otras también terminaban abrazados en la cama. Ella acababa de cumplir los veinte años y él rondaba los cincuenta aunque no los aparentara. Libtz, a veces, tenía que marchar a lugares horribles como Oklahoma o Tennessee y dar conferencias. La noche de antes de coger el avión, se emborrachaban y él le cortaba un mechón de pelo, - Así te llevo conmigo.- decía - , y ella bailaba con sus apretadas camisetas de rayas los discos de la Velvet y terminaba abrazado a Libtz, llorando, diciéndole que algún día le tendría que dejar. Tras varios días de darle vueltas al asunto, decidió reunir, ese mismo miércoles en el aula magna de la facultad, a los más eminentes científicos del estado, para darles a conocer su teoría. Se puso el mejor traje. Intentó, sin éxito, peinar su rizado pelo y con los apuntes debajo del brazo, tras apurar la botella de un largo y ardiente trago, salió a la calle. Durante la tarde había caído una de esas tormentas que le rondan a uno la cabeza y las rotulas tres días antes. Clarise le llamó desde la esquina. Se fijó que estaba llorando. Reconoció su voz sin esfuerzo y al volverse a preguntarle porqué le abandonaba, sin darse cuenta, perdió pie e irremisiblemente, cayo por el borde del mundo.

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