Conforme se asciende a la séptima de las nueve colinas que rodean a Obmur, el viajero se encuentra antes de alcanzar la cima con la entrada al laberinto. Su arquitecto fue Oladed, y de él tomó el nombre la construcción. Los viejos cuentan que los obreros que lo construyeron eran guiados a sus puestos de trabajo con los ojos vendados por el mismo Oladed y que eran sustituidos cada semana, para evitar que ninguno conociera la totalidad de la embrollada estructura. Sin embargo, uno de ellos llamado Oeset, que participó en los primeros turnos, se colaba en la obra por las noches y poco a poco, según se construía el laberinto, trazó un plano que le impidiera extraviarse en su interior. Cuando Oeset dio por terminada su obra, retó a los más intrépidos caballeros, a los más valientes marineros que alardeaban en los muelles de haber cruzado el mar de hielo, a los príncipes y a los guerreros de las más aguerridas naciones a que descifraran su jeroglífico, ya que guardaba, en su centro, talegas repletas de diamantes, odres rebosantes de oro líquido, infinidad de ágatas, ajorcas, collares, colgantes, coronas reales e incalculables objetos de valor. Tan solo Oeset aceptó su desafío confiando en que su mapa le proporcionaría todas aquellas opulencias. Todavía hay quien dice que al pasar por la puerta del laberinto, oye gritar a Oeset maldiciendo el nombre de Oladed, - por haber cambiado su plano por las noches, después de que él entrara en el laberinto -.
Juan Carlos García Cazcarra
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