Como lo prometido es deuda, aquí os traigo el primero de los cuentos que conforman Rumbo a Obmur. Espero que os guste.
1.- El mensajero.
La noche devoraba el crepúsculo
con ansia, así que el mensajero con rumbo a Obmur, extasiado del largo camino
recorrido, acampó en el bosque junto a unas piedras que le sirvieron de
refugio. No tardo en darse cuenta de que el frío, - la tarde ya entrada y agonizante
de invierno así lo impuso - , apelmazaba sus dedos haciéndole sentir un dolor
ajeno, de otro, como si en vez de uñas tuviera profundas grietas, trocitos de
dolor uno junto al otro. Vio como se iban apagando las últimas ramas de la
hoguera, sintió la nieve cubriendo sus pómulos, quieto, sosegado, arrastrando a
su memoria todo lo que dejo atrás al partir: los depósitos de ternura de su
esposa, las batallas triunfales de su pueblo, y la rojiza luz difuminada en
lágrimas, que recordaba haber visto un instante antes de cerrar sus párpados. Y
así paso las horas, - sumido en un magma líquido, en un lugar sin aristas, sin
temblores ni fiestas, sin conciencia, sin sílabas, simple, perpetuo, azul -,
hasta que en el último estertor, en el postrero aliento de vida, con su puñal,
logro grabar el mensaje en la piedra, deseando, tal vez vanamente, que alguien
lo leyera y descubriera, enterrado en el musgo, su logogrifo.
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