Los días libres es lo que tienen: puedes estar en sitios a determinadas horas que a diario es imposible.
Esta mañana presencié el éxodo. Una decena de abuelos exiliándose de sus pisos fríos ( noviembre aprieta) hacía el Centro de la Tercera edad, cerca de mi casa.
Contemplé la migración desde el balcón, aún en pijama y apurando un cigarrillo. Bastones, americanas, boinas, pantalones de pana; todos bien pertrechados. Imaginé a los yayos saliendo de sus casas, esperando el ascensor en el rellano y volviendo a la puerta para comprobar, con su mano llena de venas oprimiendo fuertemente el frío pomo, que la habían cerrado. Los figuré saludando a la frutera de la calle, convergiendo hasta el local desde los diferentes barrios; concentrándose al final, en la plaza a la que da mi balcón.
La puerta está cerrada. Abren a las 9. Uno comenta algo que no logro oir. Apago el cigarro y fantaseo con si jugaran al mus o al guiñote. ¿A qué hora será el retorno?; los días libres es lo que tienen, puedes estar en sitios a determinadas horas que a diario es imposible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario